sábado, 18 de agosto de 2007

Caras


Desde hace tiempo, vengo pensando en las caras. Siempre he creído, o al menos de pequeño, que el mundo estaba polarizado en todos los sentidos; que existía el bien y el mal, y que todo lo que cada hombre hacía se podía clasificiar, juzgar (como dicen los poco analíticos).

Sin embargo, he visto este pensamiento derrumbarse poco a poco a lo largo de mi vida. ¿Qué relación existe entre el bien hecho y el bien obrado? ¿Entre lo bueno-técnico y lo bueno-moral? Yo no sé si puedo admirar a un monstruo ideológico, pero lo hago. Y no sé si es moral querer llegar a parecerse a algo así, pero lo he hecho.

Me es muy duro plantearme en qué grado se debe renunciar al bien moral para llegar al bien técnico, pero parece que en uno bien alto, en función de lo que me muestra lo que estoy viendo últimamente.

El texto que cuelgo a continuación no se relaciona directamente con este prólogo, pero sí en cierta medida. Lo cuelgo porque tiene un color más bien magma, y eso es nuevo aquí. De cualquier manera, no importa mucho, las únicas visitas aquí las hago yo (y me considero fiel fan):

" Hasta ese día, el sr Arena no se había dado cuenta de la gente que le rodeaba. Estaban por todas partes, sí, y en su vida la gente era algo normal; ¿acaso no lo es en la de todos? Pero ese sábado saliendo el sr Arena de su piso con el dinero para el pan, vio algo que petrificaría a cualquiera. Menos a él, claro.

Podía reconocer a sus conocidos con mayor o menor facilidad, como siempre, y si se ponía las gafas de lejos podía ver que todo en su barrio estaba más o menos igual. Pero no, claro que nada estaba igual. Recuerdo que rió y rió cuando vio a su amigo el farmacéutico vestido con una toga griega y unas sandalias en pleno invierno, y a él mismo le dio calor ver al mecánico con esa piel de oso encima de las ropas de nórdico. Tuvo que confesar a su mujer que el dueño del bar de la esquina, vestido de francés ilustrado, no le sorprendió por alguna extraña razón.

El resto, todo aquel que desconocía, simplemente vestía de blanco.

Como buen cristiano, y como es comprensible, Andrés olvidó el recado y fue a paso rápido hacia la parroquia. Se chocó por el camino con la vecina del tercero, quien había abandonado el moño y las zapatillas de andar por casa para vestirse de cavernícola. Arena se confesó a sí mismo que había alcanzado el Nirvana, su “yo” interior; y todo ello sin perderse un Hola. Jamás pudo haber acertado más.

A diferencia del resto, como parecía ser rutina ese día, el cura seguía igual que siempre. No había cambiado sus ropas, salvo quizá porque aparentaban más tiempo del que tenían anteriormente, pero en esencia eran las mismas. Arena pensó prácticamente entusiasmado por la normalidad, y concluyó que se le habrían ensuciado las otras. – Qué curioso – se dijo – debe ser que aquí aún se mantienen normales las cosas. Creo que no soy quien para estropearlo.

Y volvió sobre sus pasos. Por primera vez en ese día.

Con el rumbo perdido y la cabeza tres cuartos de lo mismo, Arena se decidió a olvidar lo que había visto y actuar como si no hubiese pasado nada. Dio un rodeo para no encontrarse con sus suegros, que los sábados salían por el parque, ya que le pareció que no era el mejor momento para encontrárselos. Así que subió por la calle Soria hasta el horno de leña. Y allí guardó cola.

Él no acostumbraba a llevar auriculares, siempre había pensado que te perdías todo lo que un buen día podía aportarte. Y, en fin, un mal día siempre te aportaba experiencia para soportarlos mejor. Él no acostumbraba a llevar auriculares y ese día se maldijo un poco, en voz bajita claro, por no hacerlo. No las contó a propósito, pero tampoco pudo evitar oír siete veces la misma conversación entre personas diferentes: todas con el mismo traje, todas con el mismo tipo de ropa. A los tres minutos empezó a pensar que todos ésos de las togas griegas hablaban igual.

A los veinte minutos, y hay que ver la de tiempo que perdía haciendo cola en el horno, empezó a pensar que todo el mundo hablaba igual. Sólo había que hacer diferencias en lo que llevaban encima para diferenciar los patrones de diálogo. Ciertamente las conversaciones de nórdico eran bastante frívolas, y tenía dos delante y uno detrás. Así que se fue a casa a dormir.

Cuando abrió la puerta de casa, ignoró a su hija pequeña que venía a enseñarle un dibujo. Ignoró a su esposa que venía insultándole por haberse olvidado de hacer la compra. Ignoró la televisión, en la que el presentador del telediario estaba narrando lo que decía la serpiente en la Biblia. Ignoró todo, se quitó su coraza y casco de soldado romano, y se durmió cerrando la puerta.

Al día siguiente, saliendo el sr Arena de su piso con el dinero para el pan, se alegró de que su amigo el farmacéutico hubiera salido a hacer footing en chándal."


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