domingo, 15 de abril de 2018

Playmobil


Cuando era pequeño
jugaba durante horas con los Playmobil en mi pueblo.
Me gustaban sobre todo los soldados medievales.
Sus espaldas,  sus escudos,
los caballos con sus patas de plástico.
A veces una de las patas de los caballos se rompía,
 y yo las reparaba con tornillos y la ayuda de mi tío.

Cuando era pequeño
ponía, como todos, nombre a mis Playmobil.
Luchaba con ellos, los subía a un barco o los hacía atravesar una espesura en el jardín.
Recuerdo tumbarme durante minutos,
jadeando,
imitando la voz de John cuando moría,
atravesado por la espada de su enemigo.

Cuando era pequeño,
un día,
jugando con un amigo en el jardín,
(jugando él con mis Playmobil),
dejó caer uno de ellos hacia lo profundo de un sumidero.
No me olvido de la mano del muñeco desde el fondo,
su mano pidendo auxilio.
Ni mi madre ni yo pudimos rescatarlo.

No tan pequeño,
comencé a atesorar las mejores armas y armaduras de los Playmobil.
Las guardaba, al final del verano, en una choza india de juguete.
Las espaldas doradas, las ballestas,
las mejores armaduras.
Algunos de los mejores guerreros.
Los caballos, por el contrario, no cabían dentro.

No tan pequeño,
limpiando la maleza de la calle,
una tarde mi madre me llamó de pronto.
Tras años de odisea,
el Playmobil perdido consiguió atravesar el regadero
y emerger superviviente por la boca del desagüe.
En su brazo quedó una muesca,
un desgarron en la manga de su camisa

No tan pequeño ,
un año viajé a mi pueblo con mi pareja.
Era la primera vez que ella lo visitaba.
Después de comer con la familia,
hablar con mi abuela,
enseñarle los tomates de la huerta,
bajamos al garaje a que viera mis Playmobil.
Buscamos durante horas, también al día siguiente,
incluso antes de marcharnos volví a revisarlo de nuevo,
pero de entre todos los Playmobil,
la choza india y todo su interior habían desaparecido.

Aun de mayor,
año tras año, quizá dos veces,
sobre todo cuando se acerca el verano,
todavía pregunto a alguien de mi familia:
¿No sabes de verdad qué pasó?
No necesito recuperarla.
Me basta saber qué fue de la choza de indios
donde guardaba las mejores armas de mis Playmobil,
y algunos de los mejores guerreros.

lunes, 21 de abril de 2014

Vida y obra de Aquiles




I

Día tras día bajo el Sol de Tesalia,
labran los mirmidones como hormigas
la tierra ingrata.

Rompen la roca,
cargan pedruscos,
aran la tierra con sus dientes afilados.

Las noches son frías entre los riscos de Tesalia,
y la esposa de Peleo,
refugiada del trabajo de los hombres,
va quemando, hijo a hijo,
seis cadáveres tempranos.


II

Suelta al instante,
aún vestido de doncella
el más valiente de los griegos,
el de dorada cabellera,
pies ligeros,
Aquiles,
las armas que le ofrece Odiseo para partir a Troya.

Se mira las palmas y no entiende,
aún vestido de doncella,
de dónde viene ese fuego invisible que consume
sus manos y le quema
las palmas cuando corre.

III

Los tres embajadores han entrado en su tienda,
y Aquiles,
dejando reposar la cítara,
priva a Patroclo del relato de sus gestas.

- ¿Y no merezco más yo,
que ese perro que hoza 
sobre el botín de los guerreros? -
clama Aquiles,
varón a los dioses semejante.

Y los tres embajadores suplican su regreso.

- Aquiles,
- le dicen. -
Vuelve con nosotros.
Deja entrar en ti
la fuerza sobrehumana.
Reviste con ella tu cuerpo.

Y el hombre responde,
se niega furibundo,
contiene en su pecho el ánimo arrogante.

Aceptando la respuesta,
los tres embajadores se marchan de su tienda.

Al último Aquiles mortal
se llevan con ellos.


IV

-  ¿quién eres tú,
Héctor,
firme defensor de Troya,
fiel esposo y padre,
para venir a suplicarme un acuerdo
ahora que temes por tu muerte?

- Bien es cierto que tienes,
Aquiles,
-  responde Héctor –
un corazón de hierro en tus entrañas.
Sé cauto y no despiertes
la ira de los dioses
en los dedos de Paris el arquero.

- Muerto quédate ahí,
cadáver de Héctor.
- dice Aquiles, desencajado. - 
Ya no temo las flechas de Paris,
ni tu lanza ni la espada
de todos tus guerreros.
No temas tú tampoco,
que yo el destino de mi muerte
habré de recibir
cuando dispongan darle cumplimiento
Zeus y los demás eternos dioses.




lunes, 27 de enero de 2014

Los yonquis de la mercancía


Sentados en las escaleras de mármol
de un Zara,
se encuentran los yonquis de la mercancía.

Tirados en el suelo, rodeados de bolsas,
los ojos perdidos en el tránsito constante,
los músculos estirados más allá de los límites del hombre,

descansando,
atrapados,
fatigados como una amante extasiada.

Subo las escaleras de mármol
de un Zara,
observando intranquilo
a los yonquis de la mercancía.

martes, 4 de junio de 2013

10 años antes

Cómo se vuelve trinchera la mirada,
y separa,
y alianza,
y propaganda,
ya no habla, parlamenta
y ya no hay paz sino armisticio.

Irse escribiendo
las historias
como crónica bélica desde lomas contrapuestas,
               separadas
      por el humo
                             por en medio


y decirse Balcanes,
pelea de hermanos
llaga negra entre las piernas

y recomendarse reposo.,
narcóticamente,
con precisión de clínico.


lunes, 3 de junio de 2013

La sombra del coloso

La sombra del coloso se proyecta
y es como el cobre de su carne,
indiferente a los seres mortales.

La sombra del coloso
es larga
y se contagia
va invadiendo
a aquellos que anidan bajo ella.

La sombra del coloso,
es,
para todos
- habitantes de la sombra,
extranjeros, otros seres,
voluntarios –
una marca distinguible.

Y el coloso,
indiferente,
permanente
(nunca marcha o abandona),
va dejando olor a bronce en los que habitan
los que moran cuerpo oscuro sus adentros
y oxidando sus colores.

La sombra del coloso
se proyecta,
nunca imprime, no se graba con el tiempo.
Son los ojos los que deben distinguir
la sombra del coloso y apartarla.


martes, 14 de mayo de 2013

De tanto rodar


De tanto rodar,
      de tanto triturando el trigo,
me he ido quedando sin aristas
convertido en un cilindro vigilante.

De tanto rodar,
se me queman las manos y las tengo
como goma de rueda muy usada,
inútiles, calientes, 
sin forma que me ayude,
a pararme o a salirme del camino.

De tanto rodar,
se me cicla la mirada,
      se me nubla,
se me vuelve como fotos movimiento
se me agolpan en las sienes los minutos,
                      como insectos aplastados,
                                           sin quererlo.

lunes, 29 de octubre de 2012

Memoria en dos tiempos



I

Dibujar el contorno de una ausencia
y guardar dentro todas las cosas sin nombre,
como un niño que colorea,
desbordando sus propias líneas.

Traer hacia aquí,
lo que aquí no está
    dejándose,
             dejando,
                   p rdi nd   p r   el cam no
                                (la mitad de todo aquello)

Canción como recuerdo,
y volver a pintarse el cuerpo con las cenizas,
para no olvidar.


II