lunes, 25 de agosto de 2008

Cuatro elementos


“Nunca hubo, ni habrá jamás, un tiempo en el que nosotros no hayamos existido de alguna manera.”

Los antiguos celtas veían la vida como un viaje eterno, creyendo en la reencarnación continua hasta que se alcanzase la realización espiritual, hasta que el alma se completase a sí misma. Para favorecerlo, los llamados celtas utilizaban numerosos fetiches y amuletos que les acompañaban durante toda su vida, y más aún, en el momento de su muerte.

Uno de estos símbolos, por no decir el más importante entre las tribus de los vetones y los vacceos, representaba una línea entrelazada y continua, sin comienzo ni fin, en forma de nudo con cuatro picos. Este amuleto, además de conducir el alma que lo portaba hacia la realización de esa existencia eterna y continua – en forma de nudo que nunca empieza ni acaba -, lo atraía hacia las fuerzas de la naturaleza, siempre presentes en la forma de los cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua. Cuatro elementos que asimismo se distribuían hacia los cuatro puntos cardinales, y se alternaban durante las cuatro estaciones del año.

Lo que ningún celta supo jamás, es que detrás de toda esta simbología había una deidad, hija de dos campesinos corrientes, niña a pesar de sus siglos, y cuyo nombre ya no se debe nombrar.


lunes, 11 de agosto de 2008

CitAmos



"Sé que hay gente a quien no le gustan nada las citas (literarias, claro está); a mí me encantan. Sé que hay gente a quien las citas le parecen una forma insufrible de pedantería, o de soberbia; a mí me parecen una forma obligada de humildad: no es que los sabios tengan respuestas para todo, sino que quien cita celebra que haya habido tipos listísimos y que, por muy original que él se crea, alguien pensó antes que él lo que él ha pensado. De hecho, a estas alturas de la bibliografía quizá el único pensamiento original posible es el chispazo que surge del choque entre dos pensamientos ajenos, por no hablar de casos flagrantes - un Montaigne o un Borges, digamos - cuya obra incomparablemente original puede leerse como un catálogo de citas dispuestas y comentadas con genialidad. Todo lo anterior es válido, si lo es, suponiendo que quien cita haya digerido lo que cita y no sea sólo un saqueador de diccionarios de citas, cajones de sastre sin alma que sólo explotan los desalmados. Cosa distinta son esos deliciosos libros de citas en que alguien decanta sus lecturas de años y que no están gobernados por el mero afán coleccionista, sino por el gusto o la pasión del compilador. Es lo que ocurre con La biblia del ateo, una colección de pensamientos reunida por Joan Konner y publicada por Seix-Barral. Además de delicioso, es un libro original, porque algunos de los mejores pensamientos que contiene no son obra de grandes pensadores, sino de autores anónimos. Ejemplo: " Viajero: Dios ha sido increíblemente generoso con sus campos, señor granjero. Granjero: Debería ver cómo los dejó cuando yo no estaba por aquí". Otro ejemplo: "Mientras haya exámenes se rezará en las escuelas". Y el mejor: "Si Dios era judío, ¿cómo es que tiene un nombre mexicano?".

Javier Cercas

Amén. Si se llega a perder esto, me muero.