lunes, 21 de abril de 2014

Vida y obra de Aquiles




I

Día tras día bajo el Sol de Tesalia,
labran los mirmidones como hormigas
la tierra ingrata.

Rompen la roca,
cargan pedruscos,
aran la tierra con sus dientes afilados.

Las noches son frías entre los riscos de Tesalia,
y la esposa de Peleo,
refugiada del trabajo de los hombres,
va quemando, hijo a hijo,
seis cadáveres tempranos.


II

Suelta al instante,
aún vestido de doncella
el más valiente de los griegos,
el de dorada cabellera,
pies ligeros,
Aquiles,
las armas que le ofrece Odiseo para partir a Troya.

Se mira las palmas y no entiende,
aún vestido de doncella,
de dónde viene ese fuego invisible que consume
sus manos y le quema
las palmas cuando corre.

III

Los tres embajadores han entrado en su tienda,
y Aquiles,
dejando reposar la cítara,
priva a Patroclo del relato de sus gestas.

- ¿Y no merezco más yo,
que ese perro que hoza 
sobre el botín de los guerreros? -
clama Aquiles,
varón a los dioses semejante.

Y los tres embajadores suplican su regreso.

- Aquiles,
- le dicen. -
Vuelve con nosotros.
Deja entrar en ti
la fuerza sobrehumana.
Reviste con ella tu cuerpo.

Y el hombre responde,
se niega furibundo,
contiene en su pecho el ánimo arrogante.

Aceptando la respuesta,
los tres embajadores se marchan de su tienda.

Al último Aquiles mortal
se llevan con ellos.


IV

-  ¿quién eres tú,
Héctor,
firme defensor de Troya,
fiel esposo y padre,
para venir a suplicarme un acuerdo
ahora que temes por tu muerte?

- Bien es cierto que tienes,
Aquiles,
-  responde Héctor –
un corazón de hierro en tus entrañas.
Sé cauto y no despiertes
la ira de los dioses
en los dedos de Paris el arquero.

- Muerto quédate ahí,
cadáver de Héctor.
- dice Aquiles, desencajado. - 
Ya no temo las flechas de Paris,
ni tu lanza ni la espada
de todos tus guerreros.
No temas tú tampoco,
que yo el destino de mi muerte
habré de recibir
cuando dispongan darle cumplimiento
Zeus y los demás eternos dioses.




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