martes, 9 de octubre de 2007

De lo disperso a lo opaco


Palabra tras palabra,
cual andanada inerte,
contra un muro de hierro
se pierden.

En el pecho la hinchazón
con gana disminuye,
hecha ya a las horas del reloj
que cuelgan de la manecilla.

Y si se calla la boca,
se quiebran las palabras,
rotas;
se trunca el sonido,
sin motivo ni fin.

Ya queda en calma el alma,
tragando rugosas piedras
como frases inconclusas.
Y soluciones a medias.

Ya queda seco el futuro,
marchito y podrido.
Regado con cegueras y olvidos,
de frutos granadas carnales.
Vacío como la misma muerte.

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