martes, 25 de septiembre de 2007

Las flores del mal


Últimamente me siento Torquemada entre tanto rojo fuego, menos mal que yo no me oculto tras falsas creencias.

De niños hablé, y no es fortuito, porque en los niños mejor que en los adultos se ve cualquier aspecto de la naturaleza humana. Y será casualidad que un amigo viniera a relatarme un suceso sobre niños, curiosos niños que juzgo así por la claridad con la que vi ciertos aspectos de la naturaleza, quizá infrahumana en este caso.

Como ya dije, auténticos chavales. Pese a sus bien llevados diecisiete años.


Por otro lado, está el mundo empeñado últimamente en que me inmole frente a algún símbolo idealista o cometa algún genocidio con fines humanitarios. Radicalmente hablando.

Porque me las está poniendo putas.


Y es que donde se acentúa la competitividad, disminuyen los valores de la democracia. Y es aquí donde, en este profundo sarcasmo, entra el grupo de orgullosos jóvenes bachilleres. La flor y nata, aseguran sus profesores, de la sociedad actual.
Estudiantes esforzados que aman el saber por encima de todo, y se abanderan de actitud crítica para elaborar sus pensamientos.

Presumen de amor a la filosofía y la ciencia, y golpean sus bases día a día. Hora a hora, prácticamente.

Es un augurio poco favorable contemplar a críos de diecisiete años pisotearse por éxito personal. Y esto se repite año tras año: jóvenes pertenecientes a un modelo de Bachillerato cuasieletista, cuanto menos avanzado, presuntas figuras importantes sino dirigentes en el futuro de nuestro país.

Estos chavales encubren bajo la capa de una falsa amistad de dos años la realidad de un interés claro: el triunfo personal a toda costa. Pero incluso sin sombra, al aire y a la vista de todos, hay puñaladas.

Y nos quejamos de que no existe la justicia social. La realidad de justicia social no existe porque ni siquiera existe en los corazones de estos geniecillos de papá, que debieran llevar en sus mentes toda la materia necesaria para ser Ilustrados hijos de la Revolución.

Sólo generan desprecio muto, aunque a mí lo que me provocan es PENA.

Creo firmemente que los jóvenes que viven hoy y aquí no miran a sus mayores para aprender de ellos, a menos que estén en un libro de texto y sus vidas se condensen en una decena de palabras en negrita. Creen con sus símbolos y sus iniciativas heredar el liberalismo y el progresismo de gobiernos pasados, y no son más que el reflejo del capitalismo más encarnizado.

La libertad es un bien preciado, pero en manos del hombre actual sólo conduce a la desigualdad más cruel que existe. La desigualdad en la impotencia. Y esto es algo que los pequeñines enriquecidamente embrutecidos no parecen entender.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bienvenido a la realidad, pequeño Aquimista.

Anónimo dijo...

quise decir Alquimista*, ya sabes u_u