Con la fealdad que la situación requiere:
Y aunque la hierba no crezca en el páramo
ni traiga brisa o agua la marea
a mí me toca rellenar las palabras,
con mis manos secas,
con la lengua rota.
Aunque suene réquiem para un final oscuro
siguen pesando el blanco y los altares,
que no mueren,
pesa la risa, y pesan tus manos,
pesa la sangre.
Pesa la aguja de tus silencios
y todas las ganas derramadas.
Y aunque no cante el niño
ni muerda con ganas la dulce manzana,
a mí me toca rellenar las palabras,
a mí me toca limpiarlas a todas.